30.10.10

Día 10

Hoy he vuelto a ver a primera hora de la mañana, a ese hombre de algún país del Este que duerme dentro de uno de los columpios del parque infantil de la Plaza de Oriente. Y una vez más, ha estado sentado en un banco esperando a que se despertaran los demás, para poder abrazarles uno a uno y decirles con un acento bastante cerrado: "¡Buenos días, amigo!  ¡Hoy también estamos vivos!". Después se suele volver a sentar en el mismo banco que antes, a esperar a que una pareja termine de pelearse, para ir con el hombre a un lugar donde les dan bocadillos. Pero hoy se ha entretenido buscándole la pelota a mi perra, y después se ha ido solo. Primero ha comenzado a caminar muy decidido hacia Ópera, y de pronto ha cambiado hacia la dirección opuesta. Hasta que ha desaparecido.

25.10.10

Día 5

Después de un fin de semana trabajando duramente para no existir, para no pensar, para que las horas avancen paralelas a mí, a través del cristal, llega el lunes. Y con él, el vértigo de enfrentarme a una nueva semana. Recuerdo la anterior, llena de malas noticias laborales, y me ahogo. Me bajo a pasear a mi perra y descubro un silencio en el parque que me tranquiliza. Camino sin parar, observo el cielo, que cada vez se parece más a uno de invierno. Mi cabeza está llena de un veneno que trato de ir barriendo, convenciéndome de que algo tendrá que salir bien, o de que, por lo menos, no pasa nada. Y cuando aún no estoy muy segura de si he conseguido hacer limpieza, un japonés salta sobre un banco en frente del palacio para que su amigo consiga capturar el segundo en el que el tipo está en el aire con su cámara fotográfica, hasta que se escucha un aullido, aterriza en el suelo con la espalda doblada, y trata de sentarse paralizado por la risa y el dolor. Me pregunto si tendrán que llamar al Samur mientras me vuelvo a casa sonriendo. Y me acuerdo de cuando mi padre me contaba un chiste muy malo pero con mucho cariño, tratándole de quitar importancia al problema, fuera cual fuera, que yo tuviera de pequeña.

22.10.10

Día 2

Ayer vi dos ardillas en los Jardines de Sabatini.

Por fin me han sellado la cartilla del paro. El problema es que a continuación, al llegar a casa, no se me ha ocurrido otra cosa que abrir una carta de Sanitas y encontrarme con una amenaza. Quieren emprender acciones legales en mi contra. Tras una odisea de 7 llamadas, tras las cuales he conseguido hablar con 3 ineptas, dos máquinas, y por fin una persona que ha conseguido informarme de algo, acabo de bajar a enviar un fax explicando mis problemas. Otra cosa es que luego alguien lo lea.

Me voy al parque con mi perra, a ver si hoy también están las ardillas.

21.10.10

Día 1

Hoy en realidad no es el día 1. Para nada. Hoy no es mi primer día en paro. Exactamente llevo 109 días, acabo de contarlos. Anoche me desperté a las 2 de la mañana y en cuanto mi maquinaria mental comenzó a trabajar, a taladrarme el cerebro con todo lo que se supone que no debo pensar, me dio un ataque de angustia. No era capaz de dormir, y comencé a darle vueltas a la cabeza. Me pasa una o dos veces por semana desde hace 109 días. Paso las horas mirando el reloj, dando vueltas en la cama esperando que amanezca. A veces encendiendo el ordenador para distraerme, para no escucharme pensar. Otras, simplemente lloro y me echo la culpa de todo. Es lo que tienen las madrugadas, por lo menos las mías. Que me convierten en una tarada. Después, cuando se ha hecho de día,  me levanto, me doy un paseo con la perra, y a continuación relleno las horas como puedo, haciendo cosas que me distraigan hasta que llegue la noche. Como Tiendas de Barrio.

Así que anoche, en pleno ataque de angustia, pensé que todo podía ser aún peor. Indagué en las profundidades de mi cerebro para descubrir de qué manera, y en seguida se me ocurrió, calculando: si ya llevo más de cuatro meses en paro, ¿no tenía que haber ido ya a renovar la cartilla? El corazón me dio un vuelco, claro. Salté del sofá en busca de la carpeta en la que guardé todos los papeles la primera vez que fui a apuntarme al INEM, y allí estaba la primera fecha. Ya me veía sin un duro. Y eso que lo más desagradable de esta situación es que me empuja a pensar constantemente en el dinero. Muerta de miedo, tuve que leer los números dos veces. Primero me centré en el de en medio, el que indica el mes, y sí, era éste, octubre, el número diez. Entonces empecé a ver borroso, a marearme. A dar por hecho que ya estaba todo perdido. Pero entonces vi que la cifra anterior era un 22, y pensé: "no tengo la menor idea de qué día es hoy, pero me suena que hace muy poco ha sido 19, así que cálmate". Busqué a toda prisa un calendario. Primero abrí el del móvil, y vi que estaba a tiempo, que llegaba por los pelos, pero me costaba calmarme. Entonces me di cuenta de que, en uno más de mis desastres habituales, la última vez que actualicé la agenda del teléfono lo hice a ojo, sin asegurarme de que los días estaban bien, ya que nunca la uso. Corrí entonces al calendario que tengo colgado en la pared. Efectivamente estoy a tiempo. Pero qué desastre, es mañana, llego por los pelos. Así que pongo el despertador a las 7 de la mañana, a estas alturas ya sólo 3 horas más tarde, para estar en la puerta a las 8 y no comerme toda la cola. En lo que se me hace un rato, suena la alarma, me visto, saco a la perra, aún de noche, y me dirijo a la oficina de mi distrito. Delante de mí hay una pareja que no para de besarse. Por la conversación que mantienen, llevan muy poco tiempo juntos. Él se va a un bar y le trae a la chica un café en un vaso de plástico, y ella se lo agradece con un largo abrazo. Decido abrir mi libro para olvidarme de ellos, y enseguida la cola crece y crece. El chico que está detrás lee en un Kindley. Me entran ganas de preguntarle si es cómodo, pero no lo hago porque no tengo ganas de hablar con nadie. Me pregunto de dónde saca la gente el dinero, que como siempre, ya está otra vez en mi mente. Hace mucho frío. Se me congelan las manos al sujetar el libro, pero me da lo mismo. La hora avanza más rápido de lo habitual en estos casos, y amanece. Y, por fin, abren la puerta. Me acerco a información, le pregunto a una señora qué es lo que tengo que hacer, y al ver mi cartilla me dice que me he adelantado, que el 22 no es hoy, es mañana. Que tengo que volver, pero que no hace falta que madrugue. Que simplemente entre directamente y ella me lo sella. Y que si mañana no puedo ir, que no pasa nada porque vuelva el lunes. Le contesto que iré mañana, que no me importa, y ante su asombro salgo de allí con una enorme sonrisa de alivio.

En el camino de vuelta decido que voy a escribir en mi blog todo esto que me está pasando. Algo más que hacer para mantenerme distraída, para soltar, para rellenar las horas, sobre todo las de mi cabeza. Así que aquí estoy. Y ahora me voy a dar un paseo con la perra, que son las 10 de la mañana.

18.10.10